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Bto. Juan Bufalari DE RIETI (1318-1336)

  • Prensa, CC.
  • 2 ago 2017
  • 2 Min. de lectura

Viniendo de Umbría (Italia) por entrar en la orden a muy temprana edad Juan, fue trasladado a Rieti. Lo primero que se veía de él al llegar era la forma de una persona sencilla, humilde y alegre. Se preguntaba uno, ¿Qué se puede diferenciar de él sobre los demás hermanos? Quizá, esa misma forma de ser lo hacía muy social, una persona común y corriente, comía lo mismo y bebía lo mismo, el trato con todos era igual, pero todas las personas poseen algo singular y para Juan no sería la excepción.



Era una persona de muy buen corazón, acompañaba y ayudaba en la misa, siempre se pasaba un buen momento estando con él, su forma de ser era ejemplar, incluso estando con los enfermos y huéspedes irradiaba cariño y alegría, les lavaba los pies y limpiaba sus vestidos, siempre de forma gozosa.


Un día se puso a caminar sólo, se encontraba pensativo y un hermano lo notó derramando lágrimas, buscando la respuesta que diera a la causa de su llanto, Juan le contestó:

“Porque veo que los árboles, las hierbas, las aves y la tierra con sus frutos, obedecen a Dios, y los hombres, a los que, por la obediencia, está prometida la vida eterna, quebrantan los preceptos de su creador. Por esto gimo y lloro”


Para su temprana edad empezó a enfermar, pero esto nunca fue impedimento para cambiar su forma de ser. Todos los días sin falta venia un ruiseñor a cantarle, sus bromas y alegría estuvieron incluso en su lecho de muerte ya que decía que su esposa lo esperaría en el paraíso.


Llegado el momento y con gran devoción recibió los sacramentos para que partiera y Dios hiciera de él su siervo.


Fuente: Rojo M, Fernando. La seducción de Dios. Roma 2012.


 
 
 

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