Beato Juan Bueno (1249)
- Prensa,C.C.
- 23 oct 2017
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Nací en Mantua (Italia) en torno a 1168. No tuve padre, abandoné sobre los 16 años de edad a mi madre y estuve vagando como arlequín por varias regiones de Italia; pero encontrándome gravemente enfermo hacia el año 1209, propuse mudar de vida y hacer penitencia de mis pecados. Recobraba la salud, comencé enseguida a cumplir mi promesa, viviendo primero como solitario, cerca de Bertinoro, y desde 1210 hasta más o menos 1249 en otro lugar más apartado llamado Butriolo o Budrio, a pocos kilómetros de Cesena. Aquí tuve pronto imitadores y discípulos, que construyeron la primera casa de la futura congregación; Continué viviendo en mi ermita. Consta que tenía en ella un crucifijo, una imagen de la Virgen, una pila de agua bendita y una tabla, cobre la cual dormía vestido.

Al lado de mi ermita surgió de pronto la Iglesia de santa María de Butriolo, a la cual iba todos los días a oír la misa, comulgaba con gran devoción y a veces con lágrimas los domingos y días de fiesta.
Por supuesto tenía bastantes testigos en mi proceso, algunos de los cuales había vivido en mi compañía cerca de treinta años. Esos mismos testigos completan la fisonomía espiritual del ermitaño, cuando aseguraban que se confesaba con frecuencia, era humilde, era benigno y era caritativo, y también que exhortaba a todos sus oyentes al respeto debido a los sacerdotes, aunque fuesen indignos, a la obediencia al propio obispo y en especial al Papa.
Desde que comencé a tener secuaces, empezaron también las visitas de personas que llegaban a verme. Primero eran de la vecina Cesena, después lo fueron de ciudades y regiones más apartada. Con esto se explica el fruto de mis pláticas con toda clase de personas, pues Fray Juan, además de ser lego, era analfabeto. Me limitaba a oír misa y el Oficio divino, cuando me rezaban en la iglesia mis discípulos clérigos, y también desahogaba a solas mi fervor con el Padrenuestro, el Avemaría, el Credo, el Miserere y algún otro salmo que sabía de memoria. Mi patrimonio espiritual se reducía a la educación cristiana recibida en la casa paterna, a sermones oídos después de su conversión y el recuerdo de textos de la Escritura, que repetía en lengua vulgar en mis conversaciones.
Pero este pequeño caudal de doctrina se enriqueció con el ejercicio de las virtudes cristianas y la intimidad con Dios.
Libre del peso del gobierno pude entregarme aún más en mis diez últimos años de mi vida a la contemplación y a prepararme a la muerte.
Llegué al máximo mi fama de santo, con mayor afluencia de personas deseosas, de recibir alivio o de contemplar siquiera “su semblante iluminado y su larga barba blanca”.
A los primeros días de octubre de 1249 emprendí con algunos discípulos el viaje de Mantua; luego de haber llegado a la ciudad nativa, me encerré en la ermita de Santa Inés al Puerto, en la que espiró el 16 de dicho mes.
Diversos obstáculos impidieron que el proceso de canonización instruido en los años sucesivos a la muerte llegase a la meta deseada. En 1483 Sixto IV autorizó su culto, en la actualidad unida al de San Guillermo. Sus restos se veneran en la catedral de Mantua.
Tomado del libro: La seducción de Dios de Fernando Rojo Martínez, Roma 2012.
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