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BEATA MARÍA TERESA FASCE (1881-1947)

  • Prensa, CC.
  • 12 oct 2017
  • 2 Min. de lectura

Nací en una comunidad Italiana en la provincia de Génova llamada Torriglia. Me conocen bastante por mi carácter fuerte y voluntarioso, soy amante del recogimiento y la oración, también era muy dinámica y vivaz, pero sobretodo, muy comprensiva y dispuesta a ayudar en cualquier momento que se presentase la oportunidad de hacer el bien.


No demoré mucho para que tuviera en mi corazón el ideal monástico. Oré mucho, esperé y sufrí para poder obtener el consentimiento de entrar en el oasis al que Dios me llamaba.


En 1906, cuando tenía veinticinco años, me recibieron como postulante en el monasterio de santa Rita, ubicada en Casia, Italia. Ofreciéndole al señor en la noche de Navidad mi juventud, junto al hábito agustiniano. Al siguiente año, sellé mi inmolación con los votos religiosos.


Habiendo cumplido mis votos, le envié a mi hermana una carta que decía:


“Ahora no me resta sino comenzar una vida verdaderamente religiosa, en la que no tenga que recibir un día algún reproche de los ángeles o de los hombres”.


En 1914, muchas jóvenes novicias me tuvieron como maestra de ejemplo y de palabra. Tres años después, desde 1917 hasta 1920, Dios me llamó a ocupar la grave responsabilidad de Vicaria. Y desde 1920 hasta mi muerte, con voto unánime y de trienio en trienio, las hermanas me eligieron abadesa, convirtiéndome así en “la Madre” por antonomasia.


Bastantes testimonios claros, vivos y espléndidos de su actividad como superiora, fueron y siguen siendo las obras que yo ideé y supe llevar a cabo, superando grandes dificultades, con ánimo indomable y serena sabiduría, destacando entre todo el templo de santa Rita y la divulgación de mi culto por el mundo entero.


La pequeña capilla que guardaba el cuerpo de la santa taumaturga cuando llegué al monasterio era casi desconocida. Hoy la basílica es meta de cientos de miles de peregrinos que siguen su vida por medio del boletín Dalle api alle rose, fue una idea que pensé por el año de 1923, y que por medio de santa Rita se acercan a Dios. Este era precisamente mi sueño, que en una carta en el año 1943, auspiciando el final del conflicto bélico, presagié:


“Esperemos que pronto el señor nos conceda la gracia de un final pacífico, y entonces Casia verá un número infinito de personas deudoras d favores recibidos”.


Al amparo del templo fueron acogidas por mi gran corazón numerosas

. Una iniciativa que la moderna “colmena santa Rita” hizo perdurar en el tiempo. En torno al monasterio, reflejo de mi vida, surgieron otras obras importantes, como el seminario agustiniano, el hospital santa Rita y la casa de ejercicios. El amor y los sufrimientos fueron y son mi savia vital.


La fragilidad de mi cuerpo fue un lento, duro y larguísimo calvario. El espíritu me sostuvo hasta el último día:


“Me voy de este mundo con fe, esperanza y amor. Espero verlos pronto allá arriba,… allá donde reina Dios y donde viviremos para siempre bendiciendo las pruebas tenidas en el destierro”.

Volví con el Padre el 18 de enero de 1947, mis restos descansan en la cripta, junto a la santa que tan entrañablemente amé, y espero en paz la hora de la gloria. Además, fui solemnemente beatificada el 12 de octubre de 1997.


 
 
 

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