Beato Federico de Ratisbona, religioso (1329)
- Prensa, CC.
- 29 nov 2017
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Nací en Ratisbona (Alemania). Mis padres pertenecían a la clase media. Entré en calidad de hermano no clérigo en el convento de los agustinos, y serví a la comunidad como carpintero, con el cargo de proveer a la casa la leña necesaria para el uso cotidiano, un modesto trabajo llevado a cabo durante años unido a una profunda vida de oración, Pronto sobresaldría por mi religiosidad, humildad y en particular por mi ardiente devoción a la eucaristía. Morí el 29 de noviembre de 1329.
Es una lástima que sea poco lo que se sabe de mi vida. Conocen, eso sí, algunas relaciones legendarias en su mayor parte provenientes del manuscrito existente en la biblioteca del capítulo metropolitano de Praga, publicadas en 1905 por el canónigo DR. Podlaha. El autor, P. Hieronymus stritel, prior de Ratisbona y cronista de la Orden a principios del siglo XVI, recoge tradiciones orales, preferentemente las ya propuestas en el retrato historiado que uno de sus inmediatos predecesores al frente de la comunidad ratisbonence, el P. Konrad Schleier, había seleccionado para decorar con ellas mi tumba. Entre ellas, la más conocida, narra cómo un día en que no pude asistir a la misa, en el mismo lugar donde me encontraba trabajando, recibí la comunión de manos de un Ángel.
La carga de colorido con la que se presentan y enmarcan mis hechos históricos, conforme a los gustos del tiempo, hoy hace que tales relatos sean vistos con fuertes reservas. Pero hay que tener en cuenta que al narrador medieval, más que la misma vida de los santos le interesaba mostrar su testimonio, y la confirmación y reconocimiento divino de su santidad mediante el milagro. Su intención era la de representar ejemplos de virtud e ideales religiosos que animaran a seguirlos. Episodios como el expuesto atestiguan la devoción eucarística de nuestro beato y prueban el profundo efecto producido entre sus contemporáneos y la continuidad de la piadosa memoria de que fue objeto a lo largo de los siglos.
Los esfuerzos del venerable padre Pío Keller lograron su cometido cuando el 12 de mayo de 1909, el Papa Pío X ratificó el ininterrumpido culto que Federico había gozado y lo proclamó beato.
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