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San Alonso de Orozco

  • Prensa, CC.
  • 19 sept 2017
  • 3 Min. de lectura

Nací en España, más exactamente en Oropesa, ubicada en la provincia de Toledo. Tuve la oportunidad de realizar mis primeros estudios en el municipio de Talavera actuando como "seise" o más específicamente como “Niño Cantor”. Lo hacía en la catedral de Toledo donde gracias al gusto que le tenía a la música decidí estudiar el arte de la música que eventualmente se convertiría en mi más grande pasión.



Ya un poco más grande, fui enviado a la Universidad de Salamanca donde me empecé a atraer por el ambiente de san Agustín, tanto así que sin darme cuenta había entrado ya a la Orden, donde emití mi profesión en manos de Santo Tomás de Villanueva en 1523.


Aunque no todo fue color de rosas, hubo un momento en el cual quería abandonar la vida religiosa, ya que en esa época me atraía bastante la libertad, el amor natural y las dificultades intrínsecas de la soledad, también me gustaba practicar la obediencia y las asperezas propias de la vida religiosa.


Luego de un tiempo en el cual no abandone la vida religiosa me ordené como sacerdote, ocupando diversos cargos, y además de eso, siempre me gustaba vivir con austeridad y lleno de comprensión en mi forma de gobernar. Tanto así que en el año 1547 fui enviado al país de México como misionero, aunque no corrí con suerte ya que me daría un fuerte ataque de artritis que eventualmente me haría devolverme a España por las Islas Canarias.


En 1554, era el superior del convento de Valladolid, donde el emperador Carlos V me nombró predicador real, me fue tan bien que el rey Felipe II me dejaría también en este cargo. Seis años después, fui trasladado a la ciudad de Madrid, donde me quedé en el convento agustino, su nombre era conocido como San Felipe el Real.


En mi proceso de canonización tuve el privilegio de que grandes personajes de la sociedad y de la cultura testificaran por mí, por ejemplo la infanta Isabel Clara Eugenia, los duques de Alba y de Lerma, los escritores Lope de Vega, Quevedo y Gonzáles Dávila, mi epistolario refleja muy bien las buenas relaciones que tenía.


Pero no por el hecho de tener personas de alta clase a mi lado, iría a dejar mi estilo de vida sencillo, el pueblo al que iba siempre me decían que lo que más querían de mí era la proximidad que tenía hacia ellos, a todos los trataba igual, sin distinción y más cuando se trataba de socorrer a los pobres, los enfermos y los encarcelados.


Gracias a todas mis experiencias y el tener un espíritu contemplativo y de la lectura de la sagrada escritura, y mi devoción por la virgen María, decidí escribir, me gustaba bastante el latín, por lo que la mayoría de mis historias son en ese lenguaje aunque también utilizaba el lenguaje vulgar, historias como: Vergel de oración y monte de contemplación (1544), Desposorio espiritual (1551), Bonum certamen (1562), Arte de amar a Dios y al próximo (1568) y De la corona de Nuestra Señora(1588).


También, gracias a mi pasión por la escritura y ferviente amor a la Orden, además de querer conocer su historia y espiritualidad, escribí una Instrucción de religiosos, un Comentario a la Regla y una Crónica del glorioso padre y doctor de la Iglesia de San Agustín, y de los santos beatos, y de los doctores de la Orden. Todo esto con el fin de promover su ejemplo.


Ya más adelante pudiendo sustraerme como predicador real a la jurisdicción de los superiores, decidí renunciar a mis privilegios y me comporté como un religioso más, siempre fui así.

Lamentablemente la fecha de mi muerte se daría en el año 1591 en el Colegio de la Encarnación, o también conocido como Doña María de Aragón que hoy en día es el senado español, fui tan querido que incluso antes de morir, me llamaban “El santo de san Felipe”.


Luego de eso mis restos los conservan en el monasterio madrileño de las agustino que lleva mi nombre y también, el 19 de mayo de 2002 logré ser canonizado.


 
 
 

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